Repatriados: relato en primera persona (Para Ciudad Noticias).

(Por Carolina Papandrea);  Fue el 10 de marzo, con la pandemia ya avanzada a nivel mundial,  cuando caí en la cuenta de que mis vacaciones de quince días en Argentina iban a prolongarse por tiempo indeterminado. Eso era lo que más me estresaba: la incertidumbre.

Acostumbrada a tener todo planeado, programado y bajo control, lo primero que tuve que trabajar fue mi ansiedad. Y vaya que lo hice!

A partir de entonces pasé a ser una más, en una lista, de un consulado… un número, que si mal no recuerdo fue el 121. A diferencia de muchas personas, yo tuve SUERTE -así, en mayúscula- porque estaba en mi país natal y con mi familia.

Con las fronteras cerradas en casi todo el mundo y la mirada puesta pura y exclusivamente en el COVID 19, mi vuelta a Italia, donde vivo hace casi dos años, empezaba a depender del trabajo de la embajada. Mamma mia!

Así, luego de varias comunicaciones vía mail y un ida y vuelta de información con quienes gestionarían nuestros viajes, me anoté en una especie de “fila virtual” para poder ocupar un asiento en los tan esperados vuelos de repatriación.

Fueron varios días de incertidumbre hasta que finalmente llegó un correo electrónico, pero lo que nunca me iba a imaginar era el anuncio de la primera salida, planeada para dentro de tres días.  TRES DÍAS.

Aquí es cuando vuelvo a resaltar que fui una privilegiada, porque estaba en la comodidad de mi casa, con  mis padres y  a unos pocos kilómetros del aeropuerto… pero obviamente no todos estaban en mi misma situación y hasta llegué a escuchar testimonios de familias que tuvieron que “salir corriendo” desde el interior para poder llegar a tiempo a Ezeiza.

Como si eso fuera poco, a la travesía en el país del asado y el buen vino se le sumó la indignación por tener que pagar 1881€ un pasaje en clase turista -la opción más barata-.

Aunque se intentó “pelear el precio”, con muy poco a favor, ya que las agujas del reloj parecían pasar más rápido que nunca, Alitalia, la aerolínea a cargo de devolvernos a casa, no se movió de su postura.

A partir de esta información  se pueden abrir infinitos debates y teorías a favor y en contra, no sólo de la empresa, sino también del propio gobierno de Giuseppe Conte, pero eso sería una nota aparte con cientos y cientos de líneas. Por eso, solamente voy a revelar, como dato color que aunque en Italia habían alrededor de 600 argentinos varados, la aeronave, que partió inicialmente de Roma, salió sólo con la tripulación.

“No se saquen los barbijos y bienvenidos a bordo”

Aunque estoy bastante acostumbrada a subirme a un avión y no soy de quienes temen volar,  este viaje fue particular y seguramente quede grabado en mi memoria por el resto de mi vida.

Bastó con poner un pie en el aeropuerto para sentir el clima de tensión que se está viviendo hoy en día. Los familiares y las despedidas fueron desplazados por un equipo, calculo que de médicos, que nos recibieron en la puerta corrediza para tomarnos la fiebre, y una  vez que pasabas “la prueba de fuego”, podías entrar, solo.

Me atrevería hablar en nombre de casi todos los que subimos a ese avión, que más allá del “alivio” que sentimos por poder ocupar ese lugar, necesitábamos llegar  lo antes posible y dejar esa “travesía” atrás.

Una vez a bordo, en nuestros asientos, respetando la distancia social que nos impuso la empresa con dos lugares vacíos por cada pasajero, nos dieron la bienvenida por altavoz, y a partir de ese momento juro que “no voló una mosca”.

El contacto con la tripulación fue casi nulo y solamente se hicieron presentes al momento de las dos comidas que nos correspondieron: la cena y el desayuno. Y como en tiempos de pandemia no importa si querés “pollo o pasta”, todos comimos y tomamos lo mismo; fideos y agua. Sin más.

El café puede esperar, en cambio la urgencia por mantenernos a todos con la boca tapada, no.

Fueron catorce largas horas, inundadas de silencio, en las cuales lo único que quería era llegar para sacarme el barbijo y respirar a mi antojo, sin tener que controlar el ritmo de mis latidos, que, por culpa de los nervios, parecían volar a la misma velocidad que el avión.

Finalmente, con el amanecer, aterrizamos los casi 150 pasajeros y bastaron cuatro palabras para que mi mente y mi cuerpo volvieran a conectarse entre sí.  “Siamo arrivati a Roma” –Hemos llegado a Roma- y ahí me di cuenta que nada es para siempre y que tarde o temprano, todo esto, terminará.

Por: Carolina papandrea