(Por Carolina Papandrea / Ciudad Noticias): Cerrando otra semana en confinamiento por el ya no tan temido COVID 19, las calles demuestran que la gente, cansada del aislamiento, se está “revelando” y las salidas para hacer las compras o sacar al perro son cada vez más frecuentes. Quienes hasta ahora temían contagiarse, empiezan a mostrar cada vez más y más preocupación respecto a otras cosas que se fueron desencadenando a raíz de la pandemia. -O tal vez no-
Dejando a un lado la economía, porque desde el momento “cero” fue el principal debate más allá del virus, hace dos semanas que el tema “liberación de presos” lidera la agenda periodística, política y social, abarcando así todo el terreno.
Con fecha y lugar exacto, el motín del viernes 24 de abril en la cárcel de Devoto fue el disparador inicial de esta “guerra” entre aquellos que repudian la “condición domiciliaria” -entre muchísimas comillas- y quienes inclinan la balanza a favor de los derechos humanos de los delincuentes.
Sin intención de imponer mi opinión, porque siempre me opuse a la utilización del periodismo como herramienta de “lavado de cerebro” y sabiendo que varias de las liberaciones estaban planeadas desde antes del inicio del coronavirus, los invito a ver el siguiente contenido -bastante “casero”- qué me llevaron a construir mi propio “juicio” al respecto.
Creo que en este caso las imágenes dicen más que mil palabras, pero por si no se llegó a entender del todo lo que pienso, aquí va un breve relato:
Esa mañana me desperté con la noticia y antes de ver las fotos y los videos llegué a entender el reclamo que exigía mejoras en las condiciones de higiene y de salud. Obviamente, aunque nunca compartí dichas formas de protesta, por un segundo recordé lo que una amiga abogada siempre repite: “No todos tienen o tuvieron las mismas posibilidades”. Y es cierto… pero mi “sororidad”, “compresión” o como quieran llamarlo, llegó hasta el momento en que prendí la televisión y vi lo que estaba pasando, o mejor dicho, cómo estaban actuando.
Ustedes caminarían por la cornisa -un día de lluvia-, prenderían fuego en el lugar donde -mal que mal- viven y se expondrían ante un posible contraataque de la policía -entre balas- para demostrar que tanto temen por sus vidas?
Sí, por la pandemia se liberaron miles y miles de presos en todo el mundo, pero no podemos escudarnos con eso. Que Estados Unidos, Colombia, y cuanto país se les cruce por la cabeza en este momento, se hagan cargo de sus reclusos, pero bien sabemos que en Argentina las tobilleras que “controlan” la garantía de la domiciliaria, son una burla a la sociedad.
Y si bien todos podemos fantasear con “cárceles ambulantes” montadas en predios prestados o abandonados, como lo hicieron con la suerte de “hospitales” que se levantaron exitosamente en tan poco tiempo, como por ejemplo en tecnopolis, creo que es tarea de los jueces ponerse a trabajar en medidas que nos favorezcan a todos: a los presidiarios, en cuanto a su bienestar, y al resto de la sociedad, en cuanto a seguridad.
No vaya a ser que se den cuenta que atrás de esta medida hay un país entero pendiente de que la pandemia no se utilice como excusa perfecta para terminar -tomando el camino más fácil, claro está- con la superpoblación en las unidades penitenciarias. Ni tampoco se saque provecho de la indignación de la gente, manifestándose con cacerolazos, para abrir fuego mediático contra el Gobierno, sabiendo que detrás de dichas resoluciones hay un Tribunal.
“A quien le quepa el poncho, que se lo ponga”.